Como si purgara una condena eterna, prisionera en un cuerpo que no responde a su voluntad, tan ajena y conocedora de la realidad, sometida a lecciones constantes del más cruento modo, no solo pagando con su sufrimiento sino arrastrando consigo a quienes le asignaron su cuidado.
Naciendo en un seno humilde mal conformado, según el criterio social del momento. Hija de una madre soltera de quince años, proveniente de una familia disfuncional, que poco podía hacer para ayudarla. La joven madre sin saberlo estaba iniciando a una vida llena de incertidumbres y penas, abandonando así sus sueños y porvenir, cuidándola como quien cuida a su tesoro más preciado.
Aferrándose a su progenitora quien fuera su sostén durante los primeros años hasta que el destino logra separarlas, llevándose consigo parte de su existencia y dando lugar a la desesperanza, cayendo en salidas pasajeras, ilusiones momentáneas, perdiendo por momentos la cordura.
Los tiempos no mejorarían disipando así su fe, logrando tambalear todas sus creencias, castigándose tras rejas y enormes paredones, rodeada de largos y blancos pasillos, silenciada a través de irrigaciones que solo adormecían sus sentidos, evitando que piense, que sienta, viviendo ahogada en un mar de vacilaciones, luchando contra sí misma para volver a tenerla en sus brazos, pero lograrlo no calmo su alma en pena, solo fue un pequeño respiro que duro lo que un suspiro y pronto las dificultades se adueñaron nuevamente de sus días, lejos de esto significar rendirse, embolsaron su dolor y continuaron viaje, un viaje incierto con un final inevitable al que rehusaban doblegarse.
Puedo asegurar que jamás he visto una mirada tal, mezcla de inocencia y dolor, sol y tormenta, como si suplicara piedad a gritos, pero se rehusara a liberarse.