POR JULIO FORCAT
Qué continente de hipócritas el sudamericano, qué miedo de que nos tachen de vanidosos y/o pedantes. Si Robert Graves o Simone de Beauvoir hablan de sí mismos, gran respeto y acatamiento; si Carlos Fuentes o yo publicáramos nuestras memorias, nos dirían inmediatamente que nos creemos importantes.
Julio Cortázar (“La vuelta al día en ochenta mundos”).
Caricatura expresionista
“La vuelta al día en ochenta mundos” señala el renacimiento de la novela cómica o “roman comique”, como lo llama el autor en una de las “morellianas” intercaladas en Rayuela.Es un libro alegre, agudo y miscelánico, extremadamente original, pero que no llega a crear un nuevo género literario como pretende Morelli-Cortázar ( Ver “Rayuela! ), sino que continúa la vieja veta humorística de Rabelais y Voltaire (“Gargantúa y Pantagruel” ;”Cándido”), aunque más cercana está la influencia de Alfred Jarry, el creador del “humeur noir”, o del teatro de Ionesco y Dürrenmatt. La presencia de Julio Verne, cuya narración “La vuelta al mundo en ochenta días” sirve de base al argentino, es solo anecdótica y circunstancial, comparable con la que puede advertirse en el “Ulysses”, de Joyce, con relación a “La Odisea” homérica.
Sin embargo, no creo que sea casual la elección de un tema de viajes, como tampoco lo es la creación de un personaje con tanta fuerza como el Traveler, de “Rayuela”, que está expresando el surgimiento de un tipo de argentino trashumante , que busca otros horizontes para su desarrollo, porque, como dijera Borges en una entrevista concedida recientemente a “Life”, parece que Argentina, que antes era un país de inmigración, se está convirtiendo en un país de emigración.
Pero más honda que la atracción de lo esperpéntico francés es el influjo de una serie de caricaturistas argentinos, como Landrú, Oski y Quino. Recordemos que un “trozo escogido” de Landrú decora el epígrafe de ”Rayuela”. Con relación a Oski, cuya última exposición tuve oportunidad de admirar en Caracas en un salón de la Universidad Central de Venezuela en febrero de este año, podría decirse que sus caricaturas (expresionistas como toda buena caricatura), extraen su comicidad de la búsqueda de pensamientos o creencias anacrónicas. provenientes casi siempre de la Edad Media o de la época de la conquista de América por los españoles. Podría agregarse incluso que los grabados y/o caricaturas con ese contenido que aparecen en “ La vuelta al día en ochenta mundos”, presentan muchas veces un estrecho paralelismo con los motivos de Oski, aunque la preponderancia de la fotografía en Cortázar lo aleja un tanto del peculiar ambiente creado por el humorista. De cualquier modo, es evidente la inclusión de métodos de composición pictóricos asociados a la narración, sobre todo el “collage” surrealista.
Podría sintetizarse lo expuesto diciendo que existe en la obra analizada un marcado predominio de lo esperpéntico rabelesiano unido a un expresionismo satírico y caricaturesco derivado de los dibujantes mencionados.
Polémica literaria
En su última carta dirigida a Roberto Fernández Retamar, director de la Casa de las Américas, La Habana, Cuba, Julio Cortázar vuelve a afirmar su independencia intelectual y se declara ante todo y sobre todo un “cronopio”, significación que interpretaremos más adelante. Aclara que su adhesión al socialismo no implica una supeditación de su oficio literario a ninguna corriente estética dirigida. El planteamiento de esta polémica se renueva en “La vuelta al día en ochenta mundos”. En un ensayo incluido en esta obra, titulado “Casilla del Camaleón”, se refiere a un estudio suyo dedicado a la “poética” de Keats, cuya publicación fue rechazada por el British Council de Buenos Aires. “Fue una lástima, escribe, porque era un hermoso libro, suelto y despeinado, lleno de interpolaciones y saltos y grandes aletazos y zambullidas, un libro como los aman los poetas y los cronopios. Para Keats, un poeta es lo menos poético de todo cuanto existe: “como no tiene identidad, continuamente tiende a encarnarse en otros cuerpos… el poeta no tiene ningún atributo invariable”: Faltaría acotar que, en última instancia, lo único invariable en el poeta es su condición metamórfica, o camaleónica, como dice Cortázar. Según esta teoría, el conocimiento poético es una participación del creador en la intimidad del objeto poético, lo que el inglés llama sencillamente “tomar parte en la existencia del gorrión” (Einfühlung).Vivimos un tiempo latinoamericano -prosigue Cortázar-, en el que a falta de verdadero Terror, hay los pequeños miedos nocturnos que agitan el sueño del escritor, las pesadillas del escapismo, del no compromiso, del revisionismo, del libertinaje literario, de la gratitud, del hedonismo, del arte por el arte, la torre de marfil…; la sinonimia y la idiotez son largas (“Casilla del camaleón”) ,.
De acuerdo con esta concepción, el conocimiento auténticamente poético rompería para siempre la separación kantiana entre sujeto y objeto, entre el término de nuestra piel espiritual y el cuerpo cósmico. “la verdadera patria”. Después de rechazar el criterio de “verdad” poética del Romanticismo, según el cual la experiencia personal (Erlebnis) del sentimiento y de las pasiones y de los imperativos morales y sociales, es la garantía de la condición artística, en lugar de ser ésta(la experiencia personal) la que enriquecida y purificada por una intuición estética del mundo, actúe como estímulo del verbo y lo proyecte fuera del ámbito meramente personal para volverlo poema y por eso mismo obra verdaderamente humana. Rematando su pensamiento agrega: “sólo los débiles tienden a enfatizar el compromiso personal en su obra, a exaltarse compensatoriamente en el terreno donde su aptitud literaria los vuelve por un instante fuertes y sólidos y del buen lado”.
Como vemos, refuta Julio Cortázar ambas concepciones: la puramente confesional y anecdótica, al estilo de Alfred de Musset o Lamartine o la extrovertida al modo de las odas políticas de Neruda.
Volviendo su mirada al continente latinoamericano, verifica la presencia de un lenguaje “hierático” en las letras sudamericanas, en cuya cima estaría Alejo Carpentier (sobre todo pensamos en “El camino de Santiago” y en “El siglo de las luces”), “mientras el resto se agruma en una prosa que más tiene que ver con la sémola que con la vida que pretende encarnar”.
La regimentación del arte tenía necesariamente que repugnar a este escritor (como a todo espíritu verdaderamente creador), teórico de la “antinovela” y de la composición no planificada. Esta tendencia tiene su antecedente más lejano en el “Epílogo” de su primera novela, “Los premios”. Dice allí: “sospecho que este libro desconcertará a aquellos lectores que apoyan a sus escritores preferidos, entendiendo por apoyo el deseo y casi la orden de que sigan por el mismo camino y no les salgan con un domingo siete… cosas parecidas les suceden a todos los que escriben “sin demasiado plan”. Es importante comprobar que este mismo es el criterio sustentado por Borges en una conferencia dictada en el “ Colegio libre de estudios superiores” de Argentina: “ creo que si nos abandonamos a ese sueño voluntario que se llama la creación artística, seremos argentinos y seremos también, buenos o tolerables escritores” Algo parecido expresa con respecto a su cuento “La muerte y la brújula”: “ precisamente porque no me había propuesto encontrar el sabor nacional y el color local, porque me había abandonado al sueño, pude lograr, al cabo de tantos años , lo que antes busqué en vano con predeterminación”.
Simultáneamente, afirma Borges, que nuestra tradición como latinoamericanos es toda la cultura occidental y universal, y en apoyo de su tesis recurre a una cita de Gibbon sobre el “color local” en El Corán, el libro árabe por excelencia, donde,no obstante, los camellos brillan por su ausencia. Y es que Mahoma como árabe, no tenía por qué saber que los camellos eran especialmente árabes; eran parte de la realidad cotidiana, no tenía por qué distinguirlos; en cambio un falsario, un turista, un nacionalista árabe, lo primero que hubiera hecho sería prodigar camellos, caravanas de camellos en cada página; pero Mahoma como árabe estaba tranquilo, sabía que podía ser árabe sin camellos. Yo creo que no es necesario abundar a cada instante en color local para ser argentino o colombiano o venezolano; opinamos que cualquiera que sea el tema que se trate, por abstracto que éste sea, se transparentará el origen del autor, aun a pesar del mismo, ya escriba sobre metafísica o patafisica, sobre la cuarta dimensión o sobre las plantas decumbentes. La ausencia de demasiado plan evitaría así la recaída en moldes folklóricos, regionales o “comprometidos”, síntomas éstos de provincianismo literario. A nadie se le ocurriría criticar a Shakespeare por la elección de un argumento italiano para la redacción de “Romeo y Julieta” o de una leyenda escocesa para “Macbeth” o escandinava para “Hamlet”. No por inspirarse en temas extranjeros es menos inglés Shakespeare, ni es menos argentino Mujica Láinez por escribir “Bomarzo”.
Dirigiéndose a los que reprochan en” Rayuela” la búsqueda intelectual de la novela misma y a veces el comentario de la acción, Cortázar arguye que en ese juego dialéctico de una vida llevada a la literatura, un hombre que sigue siendo un niño, está luchando por rematar su vida a partir de una descolocación lúcida que busca coronar, llegar a la consagración de una existencia.
De esta forma, “Rayuela” contendría “a posteriori” los elementos filosóficos en que se basan sus cuentos, anteriores a esta novela.
Creo que es justa la refutación que hace Cortázar contra los novelistas tradicionales que escriben sometidos al encadenamiento efectista y prefijado de los acontecimientos dramáticos. Por eso se lanza contra aquéllos que, sin comprender el sentido de Rayuela, han querido encontrar la justificación del libro en los capítulos dedicados a la muerte de Rocamadour o al concierto de Berthe Trépat. Hay una resistencia, muchas veces inconsciente, por parte del lector, a toda obra que le proponga problemas filosóficos, o que entren en el poema. Circunscribiéndonos a la literatura alemana, puede apreciarse que todavía Goethe alcanzaba a fundir el filósofo y el poeta; lo mismo Thomas Mann; pero ya Jakob Wassermann o Robert Musil entran dentro de la categoría especializada de novelista.
El juego y los cronopios
Considero que la correcta interpretación de “cronopio” desde el punto de vista “etimológico” es “opio del tiempo”, mediante la descomposición de ”cronos”, tiempo, y “opio”, en su acepción argentina, aburrimiento, cansancio. Así quedaría aclarada la significación de este personaje de ficción, dionisíaco y rebelde, alzado contra todos los órdenes establecidos y todas las cronologías cotidianas, especie de Prometeo desencadenado, burlón y seminconsciente. En “Louis, enormísimo cronopio”, se afirma que la historia, la cronología y demás concatenaciones son una inmensa desgracia: “esas cosas quedan para los famas, y también para los esperanzas, que se ocupan de recoger las crónicas y establecer las fechas… Cuando Louis canta (Louis Armstrong, aclara) el orden establecido de las cosas se detiene” Luego , en “La vuelta al piano de Thelonius Monk”, aparece claramente el “hastío del tiempo” : “Thelonius, semejante al cometa que exactamente dentro de cinco minutos (ironía), se llevará un pedazo de tierra, en todo caso un pedazo de Ginebra, con la estatua de Calvino y los cronómetros Vacheron & Constantin”. FInalmente en ”Encuentro con el mal” (“La vuelta al día en ochenta mundos) dice: “ El tiempo es molesto”.
De esta forma quedaría aclarado el origen de la ”antinovela” y de la creación “sin demasiado plan”. Podría agregarse que es una tendencia general de la literatura contemporánea el escribir sin un derrotero prefijado: así, los personajes llegan a adquirir una independencia inquietante con respecto a su hacedor: recordemos por ejemplo “El señor de Pigmalión”, de Jacinto Grau, “Seis personajes en busca de un autor”, y “El difunto Matías Pascal” de Luigi Pirandello y “Cartas de mamá”, del mismo Cortázar. En todos estos casos vemos la presencia de lo insólito, de lo absurdo, de ciertas reacciones del personaje creado por el literato, y que escapan a su control, con lo que se plantea finalmente el problema de la identidad personal; así por ejemplo en “Axolotl”, de Cortázar. Volviendo al “”Epílogo” de “Los premios”, se ilumina más profundamente esta concepción con las palabras del escritor: “¿quién me iba a decir que el Pelusa, que no me era demasiado simpático, se agrandaría tanto al final?” Para no mencionar lo que me pasó con Lucio, porque yo quería que Lucio… Bah, dejémoslos tranquilos, aparte de que cosas parecidas les suceden a todos los que escriben “sin demasiado plan”.
Resumiendo, podría decirse que el cronopio es una versión simbólica de la personalidad del autor, el que trata de escapar a la causalidad temporal mediante el optimismo creador, la ironía y la destrucción de los convencionalismos sociales y literarios.
(Este ensayo publicado en el Suplemento Cultural del diario EL NACIONAL de México el 28 de Julio de 1968)
Julio César Forcat, nacido en Rosario (Santa Fe), es Licenciado en Literaturas Modernas; Escritor y Profesor Universitario; Monje laico de la escuela Drukpa Kagyu de Budismo Tibetano. Obtuvo el primer premio de investigación literaria del Ministerio de Educación y Cultura de Santa Fe por su obra El Simbolismo espiritual en la obra poética de Leopoldo Marechal (1992).
Es autor, además, de los siguientes libros: El otoño de la Edad Moderna (1987); Las prisiones del alma (misterio budista) (1994); Introducción al I Ching Libro de las mutaciones (1994); Introducción a Poesía y libertad de Rubén Vela (1996); En el camino a Shambala (poemas, 1997); Propuestas para la formación del budismo argentino (2002); ¿Por qué llora el puma? (cuentos, 2004); Coplas y cuentos de Catamarca (2009); La diosa fálica (ensayos y cuentos, 2010); Introducción al Budismo Tibetiano (2019) y El otoño de la Edad Moderna